Un rincón para cada uno
Bloved está definido por la dualidad. Tiene entrada por Gran Vía y por Caballero de Gracia, tiene carta vegana y carta omnívora, una estética de alta cocina y un precio asequible, y, aunque es un restaurante, tiene algo de hotel. Porque este y todos los restaurantes del grupo Eboca se emplazan dentro de la cadena hotelera Catalonia, en un convenio simbiótico que convierte a los huéspedes en posibles comensales y a los comensales en posibles huéspedes.
Llegué a Bloved recomendado por una chica vegana, que de hecho fue mi acompañante esa noche. Y es que este lugar de bombillas colgando de cables y de espacios íntimos que pueden cerrar para grupos, no solo ha pensado en los veganos en la carta, también en el espacio. Ha creado una esquina elevada, la ha nombrado Veggie Corner y ha conseguido un lugar acogedor y hogareño. Aunque la zona que eligieron para nosotros, la cual descifré del código entre camareros como “el invernadero”, no se quedaba atrás ni en confort ni en elegancia. Había algo más de luz, eso sí.
Apenas nos sentamos, los atentísimos Sergio, en el papel de camarero, y Guillermo, el maître, nos brindaron su mejor actuación. Dudo que puedan superarse en amabilidad y servicio. Casi no nos habíamos arrellanado en el asiento, casi aún con el abrigo puesto, casi aún leyendo Bloved en la puerta, y ya teníamos frente a nosotros un entrante, cortesía de la casa, consistente en una crema tibia de boniato, zanahoria y leche de coco. Buen presagio. Sonrisa al pasar por la garganta. Sonrisa al ver servir dos vermuts blancos Lustau.
Cumpliendo las expectativas, llegaron al punto los primeros platos: ensalada tibia para mi compi vegana y tortilla del vago para mí. Para que entendáis la infraestructura del plato vegano necesito mostraros fotos. Eso que parece un nido construido con mimo por una cigüeña en miniatura, son patatas paja. A partir de ahí, la imaginación vuela: gelatina de remolacha, aceituna deshidratada en forma de tierra, sobre la que descansa un tomate esferificado, salsa cítrica y de cebollino, además de unas verduras en tempura que hacen de huevo sobre el falso nido. En búsqueda de todas las texturas, se le añade una cremosa vinagreta de piñones y sésamo.
El concepto que Bloved persigue con tortilla del “vago” es emular a los estudiantes que hacen unos huevos revueltos con lo que les sobra en la nevera. Seamos realistas: ningún estudiante del mundo tiene en su nevera anchoas de Santoña, tomates cherry, rúcula y piparras. Y, por si un alumno francés de cuarto de arquitectura tuviera todos los ingredientes, faltaría aún la cebolla caramelizada y, disculpen, eso de vago ya no tiene nada. Lo dice alguien con doctorado en pereza. Si la ensalada tibia de mi acompañante hacía malabares con las texturas, la tortilla lo hace con los sabores. El tomate juega de mediocentro y equilibra los demás: el salado de la anchoa, el picante de la piparra, el amargo de la rúcula. Juntos son un equipazo.
Primero vino el vino y, segundo, los segundos. Si fuera una competición, pusimos a pelear a un verdejo Legaris contra un tinto Austum ecológico. Rueda contra Ribera del Duero. 2022 contra 2020. Para mí ganó el mío, el verdejo, y para Celia el tinto, el suyo. Empate técnico y todos contentos. Maridaron bastante mejor que Shakira y Piqué (ups, siguen de moda) con la carne real y la falsa butifarra, que fueron quizá los protagonistas estrella de la noche. Me pongo de pie para describirlos.
Por la butifarra, si no te dicen que es vegana y te lo aseguran con datos, podrías poner una hoja de reclamaciones, indignado porque comiste carne. Es absolutamente impresionante cómo clavan el sabor, cómo imitan la textura y, para colmo, cómo saben específicamente acompañarla de un parmentier de patatas y dejarla dormir sobre una cama de pimientos rojos.
Y ahora ya no me pongo de pie, doy saltos de alegría. Pusieron frente a mí un solomillo de ternera de la sierra de Guadarrama con una pinta tremenda… pero excesivamente poco hecho. Vamos, que le faltaba mugir. Qué atrevida es la ignorancia. Al instante depositó el bueno de mi tocayo Sergio un soporte en el centro de la mesa, sobre el que descansaba una piedra de sal del Himalaya. Debajo, ardió un fuego inextinguible que, cuando leas esto, debe seguir ardiendo en Bloved.
Amigos, ahí entendí. Cada comensal termina de hacer la carne a su gusto, la propia piedra dona sabor al trozo de carne y, lo más importante, la calidad del plato no va en caída libre cuando se va enfriando, sino que disfrutas del primer al último bocado. Ante la calidad de la carne, mi capacidad verbal se rinde y rinde pleitesía. Las patatas fritas caseras, los pimientos de Tolosa y una salsa ibérica acentúan el éxtasis. Es algo que, si no eres vegano, debes probar una vez en la vida.
Nada podía borrar ya la buena experiencia. Y los postres no solo no lo hicieron, sino que agregaron virtud. De nuevo por razones veganas, mi compañera probó la milhoja de chocolate. Con nata. Con natilla. Y con fresa. Y con arándanos. Y si todavía no se os hace la boca agua, os reto a que miréis la foto por más de cinco segundos. Como culmen, la fina galletita que se rompía al tacto y complacía el oscuro deseo de destruir que todos escondemos.
En el mío voy a poner la única tilde negativa de la noche y, además de ser diminuta, fue culpa mía. Mi postre era un tiramisú que a mí me pareció más una base de natilla, pero eso no es importante. El único fallo que le encontré fue una excesiva jerarquía del licor café, el cual viene en una pipeta que yo descargué completamente en el vaso. Quizá abusé yo, quizá debería venir un poco menos. Si saben cómo me pongo, para qué me la llenan.
Fuera de eso, la frescura de la hierbabuena matizaba el conjunto y la explosión en boca de la esferificación de naranja compensó mi error. Y lo mejor del tiramisú, la tierra que jugaba con su nombre (Tierra Misú) y que estaba compuesta por chocolate, pistacho y galleta. Si la tierra real supiera como este trampantojo, viviríamos en Waterworld.
Es posible que, al despedirnos y salir, quedáramos admirados de la decoración de Nnueve Madrid, el bar del hotel Catalonia Gran Vía. Puede, y solo puede, que nos sentáramos. Quizá pedimos dos cócteles para ponerle broche de oro a la noche. Seguramente no, pero quizá eran un Daiquiri y un Moscow Mule. Muy improbable que nos dejáramos llevar por el lujo y nos fuéramos en taxi a casa. Y estoy cien por cien seguro que este final de noche en Bloved os parecerá totalmente aburrido y ninguno de vosotros lo querrá experimentar.
Datos de Interés:
Qué: Bloved, restaurante.
Dónde: C / Gran Vía, 9
Cómo llegar: Metro Sevilla (L2)
Horario: Lunes a domingo 13:00-15:30 | 19:00-22:30
Precio: aprox. 40€