Aquellos felices años 20
Al principio no sabes muy bien qué es. Entras en el Ritz, vestido de los años 20, la gente te mira. No entiendes muy bien si vas a un restaurante, al teatro, al hotel, a una fiesta… y es un sí a todo. La experiencia es única, innovadora, reformadora de los espectáculos en vivo. “El gran Gatsby” llega a Madrid de la mano de Secret Theatre, que vuela desde Hong Kong con su nueva propuesta. Al final de la velada sabes perfectamente lo que ha sido: una de las mejores noches de tu vida.

¿Por qué todos tan jóvenes y tan guapos?
La premisa es la siguiente: el tiempo ha retrocedido un siglo, estás en los locos años veinte; Madrid se convierte en Nueva York; el Ritz, en la casa de fiestas del misterioso Gatsby, tu anfitrión para esta noche. Aunque no es obligatorio, recomendamos muchísimo meterse en el papel y vestirse acorde a la época: bastón, sombrero, tirantes para ellos; plumas, perlas y guantes largos para ellas. También es mera recomendación que vean la película “El gran Gatsby” de Baz Luhrmann la semana antes de ir.
Antes de que la fiesta–cena–obra arranque, hay media hora larga de previa que, personalmente, me pareció lo más interesante. Este es el momento en que te conviertes en personaje. Los actores se acercan a las mesas y puedes interactuar con la bellísima Daisy, con el escurridizo Tom Buchanan, con la alocada Myrtle (impresionante el trabajo de Jessica Alonso), con la seductora Babe… e incluso subes a conocer los aposentos donde el gran Gatsby, alojado nada más y nada menos que en la Suite Royal del Ritz Mandarín, hace gala de su legendaria hospitalidad.

Bienvenidos a la mansión Gatsby.
La interacción es lo más divertido y puedes llevarla a tu manera, discretamente o poniendo en aprietos a los personajes. Ellos improvisan de maravilla y al final nos reconocieron que les encanta que los invitados les den juego. Por ejemplo, nos animaron a todos a aprender a bailar el charlestón. De repente, la imaginación colectiva iba dominando el ambiente y te sentías realmente en el siglo pasado, los actores ya eran los personajes y los personajes eran viejos amigos. Se nos escapaban frases como: “Mira, allí está Nick tomando algo” o “¿Has visto a Myrtle cuando has ido al baño?”. De pronto, la ilusión era realidad y el teatro era la vida.
Todo este proceso de submarinismo en la obra es vital para que funcione el resto de la noche. Cuando empieza la obra, conoces a todos los personajes, has hablado con ellos, te has dado cuenta de sus miedos, de sus aspiraciones, de sus tensiones. Eres uno más. Además, la obra ocurre en el centro de un gran salón flanqueado por las mesas de los invitados, que van degustando la cena a medida que los hechos avanzan. Aunque actúan muy bien, lo que en realidad cautiva y magnetiza es la interacción.

Una mesa digna de un rey.
Quizá la comida quede en un segundo plano después de los acontecimientos que te van distrayendo, levantando de la mesa y emocionando tus sentidos. Sin embargo, si eres capaz de mantener dos focos de atención al tiempo, te das cuenta de que estás ante una cena maravillosa, dividida en tres actos, como el teatro: aperitivo como introducción, dos platos en el nudo y el postre de desenlace.
Desde las burbujas infinitas del cava “Agradezco”, una edición especial para “El gran Gatsby”, se intuía la grandeza del menú. Los aperitivos competían por sorprender, tanto en forma como en sabor. Por lanzar ejemplos: unas piedras de queso que parecían decoración y recordaban al “¿Es una tarta o un objeto?”; un steak tartar presentado en un cono minimalista de helado; crudités que reposaban en hielo a la espera de ser untadas en hummus, entre las que destacaban las mazorcas enanas; un taco de berenjena asada, cuyo sabor se iba y volvía como las olas del Mediterráneo. Ahora bien, hubo un aperitivo, llamado “bocado de tortilla”, que me aprisiona la memoria. No duermo, no como, no puedo pensar en otra cosa. Sobre un soporte que emulaba un cascarón de huevo, venía algo similar a una empanadilla que resultaba ser una yema de huevo enclaustrada que explotaba en la boca. Qué fantasía.

No perdamos totalmente la atención…
Mientras los actores seguían encarnando “El gran Gatsby”, con pequeños guiños a los espectadores, trajeron los platos fuertes: del mar, una vieira gallega que te llevaba Galicia al paladar; de la tierra, un solomillo de vaca con mousseline de patata, setas y salsa de vino tinto. Del cielo, que baje Dios a probar su comida, porque difícilmente me creo que aquello fuera creación humana. Obviamente el gusto es subjetivo, pero la vaca debía ser india, porque sabía a carne sagrada. Terminamos con una milhojas Ritz que apenaba romper, ya que estéticamente podía ser un cuadro de Warhol. Con el café y los pequeños dulces alcanzamos el éxtasis definitivo. Y ahí arrancó la fiesta de la que hablábamos. Otra recomendación: miren pasos de charlestón antes de ir.

Una obra de arte en forma de postre.
Hay que reconocer una cosa: el precio es alto. Nosotros fuimos unos privilegiados por poder asistir, porque el lujo se paga. Claro que es un proyecto muy innovador y poco conocido en España, por lo que apostar por algo así es arriesgado… si no me han leído. Evidentemente no es un plan para hacer porque te aburres un domingo en casa, pero es una velada única, digna de regalo de 25 aniversario o de 50 cumpleaños. Es decir, hay que pensarlo bien y decidir la ocasión exclusiva en la que merece la pena ir. Después de años de pandemia, guerras, inflación… hemos aprendido a vivir al día, a volver a aquellos felices años 20 de entreguerras, y qué mejor década que la actual para emular la época de «El gran Gatsby«. Nosotros, después de ir, estamos planteando cambiar el nombre de “Un buen día…” a “Las mejores noches en Madrid”.
Datos de interés
Qué: Cena con teatro inmersivo «El gran Gatsby»
Dónde: Hotel Mandarín Oriental Ritz (Plaza de la Lealtad, 5)
Cómo llegar: metro Banco España (L2) | bus 10, 14, 27, 34, 37, 45
Precios: desde 195€
Información y Reservas: Web