Flamenco en la pequeña Alhambra
Es bien madrileño caminar sin rumbo por el centro. Perderse por Ópera, pisar la calle Arenal arriba y abajo, que el atardecer te congele la vista por los jardines del Palacio Real y, muy madrileño también, dejar morir la noche en una terraza, o en un bar, o, si es un día especial, en un tablao flamenco. Y quizá termines por azar en Tablao Flamenco 1911, en la Plaza de Santa Ana, tan céntrico que late.
No es cualquier tablao es el más antiguo del mundo, conocido anteriormente como Villa Rosa. Allí han bailado Lola Flores e Imperio Argentina, han cantado Juanito Mojama y Miguel de Molina, han grabado Almodóvar y Trueba, han bebido Ava Gardner y Ernest Hemingway… hasta un rey como Alfonso XIII, que, dicen las malas lenguas y demuestran los pasadizos subterráneos, tenía conexión directa entre el Tablao Flamenco 1911, y el Palacio Real. Si todavía te atreves a entrar, rodeado de tan ilustre historia, no te arrepentirás.
Desde que pones el pie en la entrada te das cuenta de la mística del lugar. Una recreación en miniatura de la Alhambra nazarí, con sus arcos de herradura y sus elaboradísimos techos. La luz es íntima, acogedora, tentadora de sentidos. Pocos minutos después, estás sentado en una pequeña mesa, con un vino, o una sangría, o un tinto de verano, o lo que quieras; desde Un Buen Día en Madrid aconsejamos, pero no imponemos.
Una vez acomodados todos, baja la luz un tono más. Es importante recalcar que, aunque abigarrado y compacto, el público tiene una buena visión desde cualquier asiento, dato que no es baladí, ya que en los tablaos puede darse una pérdida de visibilidad de los taconeos. En el Tablao Flamenco 1911 lo solventan con tarimas elevadas. Suena entonces un rasgueo de guitarra, las primeras palmas. Antonio Canales es el director artístico y su mirada influye en todo lo que pasa en el escenario. Arranca entonces Juañares con un quejío y el espectáculo está en marcha.
Al cante de Juañares se suman al instante El Pola y Juañarito Carrasco, hijo de aquel. El trío de voces tiembla por la sala, que podría ser un instrumento más, ya que orgullosamente las hace resonar por los rincones, poniendo en valía su maravillosa acústica. Presa de la guitarra, Laura “La Polaca” mira a sus compañeros, que asienten ante el lagartijero movimiento que posee su cuerpo. Aunque prácticamente es su calentamiento, Laura es capaz de provocar las primeras bocas abiertas, los primeros tímidos aplausos cada vez que para el tiempo y el taconeo en un gesto que conjuga chulería madrileña y arte andaluz.
Después es el turno de Pablo Fraile, con sus llamativas piernas, por delgadas, que enseguida desenvuelven un poder que nadie sospechaba. Su taconeo es visceral, te retumba en el pecho como un sonido antiguo y ancestral, como tambores llamando a la tribu. Sin darnos cuenta, muchos de los espectadores seguimos el ritmo con los dedos en la mesa o con los pies en el suelo. Pablo Fraile baila como un chamán, tiene algo de mágico, algo de oscuro y algo de convocatoria.
Tampoco se queda atrás María Reyes. La gaditana lleva el baile en la mirada. Posiblemente es de las pocas personas que podría bailar totalmente quieta. Esa pasión por el flamenco no se finge, es imposible de impostar. Bien decía su paisano Rafael Alberti que “la libertad no la tienen los que no tienen su sed”. María Reyes se muere de sed si no baila y se muere de libertad cuando lo hace. Contiene el temblor de la tierra en el cuerpo y sus trepidantes cambios de ritmo, a juego con el vuelo de su mantilla y la estética presencia de un vestido de cola, caldearon el ambiente hasta un éxtasis final donde los tres bailaores compartieron escenario al tiempo. Sin desmerecer a los cantaores, en esa competición implícita de los tablaos entre cante y baile, esta vez, y siempre desde una perspectiva personal, vencieron los pies a las voces.
En definitiva, Tablao Flamenco 1911 alberga flamenco, de tablao clásico. En una época en la que el flamenco se está acomodando en los teatros y en la que los tablaos sobreviven como pueden, el Tablao Flamenco 1911 encarna esta cruzada por la improvisación, por el arte efímero y creativo. De hecho, en pandemia cerró sus puertas, parecía que para siempre. Por lo tanto, que estuviéramos allí y que podáis estar vosotros próximamente, es un milagro de resurrección de la mano de Ivana Portolés, artífice de la reapertura.
Por último, aunque el ambiente del público es una “mijita guiri”, lo que conlleva algún aplauso inadecuado, el poder que emana del escenario es suficiente para aplacar la ira de los entendidos. Además, Tablao Flamenco 1911 ofrece un espacio para madres e hijos que disfrutan del arte, para parejas que explotan de pasión, para amigos, para lugareños que quieran mostrar el duende flamenco a sus visitas o para reyes que pretendan pegarse una noche de fiesta volver al palacio sin ser visto. Así de acogedor es.
Datos de interés
Qué: Tablao flamenco Tablao Flamenco 1911
Dónde: Plaza Santa Ana, 15
Cómo llegar: Metro Antón Martín (L1) | metro Sol (L1, L2, L3) | bus 5, C1
Precios: desde 39€
Información y Reservas: Web