La mesa de un rey
Thai Garden rebasa por mucho la condición de restaurante. Es una experiencia, es libertad, es viaje, es exaltación de la belleza, majestuosidad y elegancia, es poesía viva. Es más, este texto debería estar escrito en verso, pero por razones de coherencia con la revista, mantendré la prosa imaginativa que me produjo la seducción del Thai Garden, un mágico lugar a escasos pasos de Arturo Soria.
No hablo de magia por hablar. Entrar en Thai Garden equivale a cruzar el espejo de Alicia, el armario de Narnia o elegir la pastilla roja de Matrix. De caminar por la calle Añastro a cambiar tu percepción de la realidad. Invades Tailandia o, mejor dicho, Tailandia te invade mediante los cinco sentidos: se oye una cascada, se ve el verde selva por todas partes, un despliegue de sedas dignas de la nobleza en los magníficos atuendos de los camareros, se toca madera, llega un vapor de curry hasta unas fosas nasales casi indignas ante ese fabuloso olor, brotan las especias en nubes imaginarias. Y el sabor. El sabor da para una novela, en la que Emilio sería el hilo conductor.
Emilio Carcur es creador y culpable del concepto más tailandés de Madrid. Es personaje y protagonista, se pasea por el restaurante, atiende, se ocupa de que todo este correcto, se muestra especialmente atento con las mascotas (ahora está de moda el ser pet–friendly, pero el Thai Garden marca tendencia en ese campo desde el año 95). Si tienes suerte, quizá se fije en ti y te regale dos o tres pinceladas de su honda sabiduría sobre el pueblo y la historia de Tailandia, a la que se refiere con naturalidad como Siam, su nombre original. No en vano recibió una condecoración de manos del rey Bhumipol Adulyadej. ¿Poco impresionante aún? Su chef principal, Ched, está considerado cocinero oficial de la familia real tailandesa. Pueden ver “Ana y el rey” si quieren entender hasta qué punto de divinidad elevan los tailandeses a sus reyes.
Ante esta atmósfera onírica y exótica, con el ruido blanco y relajante de la cascada de fondo, nos sentamos a la mesa. Hasta los frutos secos que ponen de aperitivo respetan el sello de la casa, acompañados de lima y muy especiados. Uno de los camareros se acerca, vestido impoluto con su traje tradicional de la nobleza tailandesa, te da la bienvenida al Thai Garden con una reverencia del país y te coloca delante un curioso objeto de madera con dos agujeros. En uno de ellos hay un diminuto pañito blanco, en el otro el camarero vuelca cuidadosamente agua. Y se va. Te mirarás con tu acompañante como yo me miré con la mía. Desconcertado. Resultó ser un lavamanos en el cual, si metías el pañito en el agua, aquel crecía hasta convertirse en una toallita húmeda. Sé que es un detalle sin importancia y, sin embargo, colabora en hacerte sentir diferente. No es un día cualquiera.
Estábamos ante la mesa de un rey. De ahí la denominación de “royal thai cuisine” que trabaja el concepto Thai Garden, que también es capaz de bajar al barrio y unirlo a la famosa “street food” tailandesa. Mezcladas ambas en la abundancia, en la precisa excentricidad de los emplatados, en el provocativo olor que emanaba de los platos, nos inocularon el síndrome del impostor. No éramos merecedores de estar sentados enfrente de aquel festín, sin exagerar, de lo que teníamos ganas era de reverenciar un momento único. En un instante, la tentación dominó a la humildad y arrancamos a comer: una flor de nabo, de llamativo color morado, cuyo terroso acompañante a base de frutos secos exaltaba su sabor. Más abajo dejo los nombres de la carta, para no volveros locos ahora.
Una vez cogimos confianza, explotó la fiesta y el banquete. La lista se alarga, interminable: pincho de pollo en salsa de cacahuete; una ternera con sésamo donde destacaba el puro sabor de la carne, aderezada en la textura con anacardos; un arroz salteado con piña y verduras cuyo emplatado era directamente sobre la cáscara de piña; y así, y otras extravagancias, fuimos asistiendo a un resumen de una cocina milenaria. En el capítulo de noodles casi se nos caen las lágrimas y no solo por el picante. Las creaciones con albahaca, con curry amarillo, fideos fritos, huevo y pollo daban crédito al ingenio humano. Mi recomendación, quizá ambiciosa o quizá inútil, es que lo probéis todo. No podéis fallar. Thai Garden ofrece con altivez una carta perfecta, conocedora a fondo de una cocina extranjera, complicada, en ocasiones muy elaborada, en otras muy pura.
Siam, porque a estas alturas de viaje ya nos imaginábamos expertos mochileros sudorosos del sudeste asiático, constituyó un reducto ante invasiones durante toda su historia. Esto hace de su cocina una experiencia gastronómica única en el mundo. Y tú puedes entrar en el Thai Garden, a dos pasos de Arturo Soria, no tan lejos del centro de Madrid, y vivirla por un precio… bueno, no módico, pero sí justo. Si bien es cierto que no es una visita para cuestas de enero ni finales de mes apurados, vale la pena cada euro invertido en un aprendizaje vital. Además, Thai Garden es famoso por haber sido telón de fondo de peticiones de boda, de confesar embarazos, del primer reportaje fotográfico de Shakira en Madrid (ups, no sé si podía contar esto), de matrimonios, de aniversarios… Encontrarás la ocasión propicia para conocerlo. Como le explica el primer ministro a Ana en la película arriba mencionada: “En Tailandia, todo tiene su momento”.
Pequeño glosario de los platos probados: Chor Ladda – nabo / Kai Satee – Pincho de pollo / Nua Sawan – Ternera / Khao Soi – noodles con pollo / Kao Saporot – arroz en piña
Datos de Interés:
Qué: Restaurante tailandés Thai Garden
Dónde: C/ Añastro, 48
Cómo llegar: Metro Pinar del Rey (L8) | Bus 7, 29, 107
Horario: Martes 20:00-2:00 | Miércoles a sábado 13:00-16:15 y 20:00-2:00 | Domingo 13:00-16:15
Precio: aprox. 50€ por persona