Enamorarse sin darse cuenta
Sillao es el nombre coloquial que le dan los peruanos a la soja, la salsa china por excelencia. El restaurante Sillao, ubicado en la zona de Alonso Martínez, fusiona estas dos cocinas, peruana y china, con una apuesta por la discreción y la sencillez del buen gusto. Un lugar al que ir por su exotismo y al que volver por el respeto que se granjea desde el primer bocado al último sorbo. Acaba de llegar a la capital, pero pronto estará entre la élite.
Nos lo pasamos. Íbamos hablando mientras bajábamos por la calle Santa Teresa, doblamos a la derecha en Argensola y no vimos el restaurante. Es poco llamativo, discreto, pero “in a good way”, que diría un español que lleva tiempo en Londres. Volvimos sobre nuestros pasos y ahí sí entramos a un local íntimo, de luz tenue, con la canción I gotta feeling en acústico, suave. La atmósfera era de felicidad contenida, de principios de otoño. Y Sillao imita al prototipo de alumno callado, introvertido, de sobresaliente, que no llama excesivamente la atención en clase. Porque no lo necesita: los resultados hablan por sí mismos. Desconfiad de los restaurantes con neones y con quince premios colgados en las paredes.
¿Alguno recuerda el calentamiento de Maradona antes de destrozar al Bayern? Bailando, con los cordones desatados, consciente de lo que venía. Esa sensación me produjeron los entrantes en el Sillao. De anticipación de la alegría. No habíamos terminado el Chon Kun de marisco con salsa de tamarindo y ya había recomendado el restaurante a una amiga peruana. Los Siu Mai, bellamente servidos en una cazuelita china de mimbre, marcaron un in crescendo: los de pollo estuvieron bien, un notable, ricos, sin queja; los de ternera fueron magníficos, sobresalientes, impresionantes; ahora, los de cerdo de bellota estaban en otra liga. Inalcanzables. Después crujió un Wantan deliciosamente frito. Los ojos no sabían dónde mirar, los tenedores, confusos, querían repetir de todo. Y esto eran solo los entrantes.
Los platos fuertes no desmerecieron la expectación creada. A estas alturas de la cena, ya éramos adictos a la salsa de tamarindo, comprobábamos las páginas web de los supermercados para saber donde adquirir ese néctar. No es raro entonces que quedáramos absolutamente impactados por el Tipakay de pechuga de pollo, bien impregnado de esta salsa. Además, nos atendió Manuel, que más que un camarero fue un gurú, un sensei, y nos aconsejó mezclar el pollo con el arroz chaufa Sam Sen. Un chaufa, importante decirlo en masculino si no quieres llevarte una reprimenda, es la mezcla definitiva Perú–China: un arroz al wok con cerdo, langostino, pollo, cebolla china y huevo. Por último, last but not least, que diría el londinense del principio del texto, un Sa Ho Fan que se atreve a llevar de apellido “jugoso” en la propia carta. Hace honor. ¡Qué suavidad en los tallarines, por favor! Le compiten a la seda, que casualmente también tiene origen chino, son una caricia en la boca. Por si no ha quedado claro, permitidme la sentencia, simple y directa: los mejores tallarines que he probado.
En cuanto a los complementos de postre y bebida, bajemos un momento a la tierra para volver a volar. Los postres, sinceramente, no parecen tener mucha importancia, no aparecen ni en la carta. Elegimos un helado de castaña que nos cantó Manuel. Sin estar mal hecho, ni mal decorado, no estuvo en la memoria a la altura del resto de la cena. No volvería específicamente a por él. Sin embargo, las bebidas sí acompañan a la exquisitez de los platos. Entramos con un pisco sour clásico y otro de maracuyá, que compartimos entre mi acompañante y yo. Los dos peleábamos secretamente por el de maracuyá. Luego, como había que conducir, cambiamos a la chica morada, bebida sin alcohol hecha a partir de un maíz morado de Perú. Lo apuntamos también en nuestra lista de deseos del supermercado. De fondo, al irnos, sonaba Bang bang de Nancy Sinatra. La de “my baby shot me down”.
Sillao tiene lo más importante que puede tener un restaurante. No es la fusión chifa, ni la excelsa atención de los camareros, ni la decoración íntima de salón de té, ni siquiera la enorme calidad de sus productos y de sus preparaciones. Hay restaurantes que, por separado, tienen todo eso. Sin embargo, lo que hace de Sillao un sitio especial, es que sales de allí con una palabra, que es una promesa íntima y personal, que casi suena a amenaza de Terminator: “Volveré”.
Datos de interés
Qué: Restaurante Sillao (fusión Perú-China)
Dónde: c/ Argensola, 7
Cómo llegar: metro Alonso Martínez (L4, L10) / bus 7, 21
Precios: 35€-40€
Información y Reservas: Web