De Perú a Japón, con escala en Asturias
¿Qué tienen en común Asturias, Perú y Japón? Que los sabores de su mesa suelen invitar a otra ronda. En concreto a la Ronda 14, el nombre del restaurante que fusiona la gastronomía de este tríptico, que por separado seduce y conjuntado enamora. Bajando desde Avenida de América hacia el corazón de Madrid, en una calle silenciosa y cuadriculada, encuentras este lugar recogido, con un salón íntimo al fondo. Mesas de dos o cuatro comensales que incitan al amor y a una amistad reposada, calmada y confesional. Paredes blancas de las que surgen esculturas, techos de los que cuelgan helechos, o lo que cualquier novato en botánica llamaría helechos. Previo a esta salita hay un espacio de mesas altas, algarabía, música algo más fuerte, de ambiente amiguero. Si todo esto cuadra, has llegado a Ronda 14.
Sentaos, porque la lista de platos que probamos viene larga. Y prácticamente todos recomendables. El primero me hizo cruzar una mirada de complicidad con mi acompañante. Cuando el primero es bueno… Y lo era. Un tiradito a la crema de ají amarillo que, traduzco, contenía unas láminas de corvina sobre una salsa de ají ligeramente picante, ligeramente dulce también. La floritura de una ralladura de lima, el boniato, un rabanito en forma de flor y el maíz tostado, que es como el negro porque combina con todo, no solamente aportaban color y aspecto, sino que sumaban un gusto sublime, en cuyo picante, frescor y tacto crujiente, la corvina era capaz de mantener intacto su sabor. Seguimos con un ceviche de xarda, un pez azul del Atlántico, que traía una grata sorpresa: calamares. Pero calamares, calamares: los que fríe tu madre, los que te ponen en un chiringuito. La mezcla potenciaba a sus integrantes, comulgados juntos por una leche de tigre de ají, lima y cilantro; con la compañía omnipresente del sacrosanto maíz tostado. En Ronda 14 deberían poner una advertencia: el ácido de la salsa es adictivo. Cuando pregunté a mi compañera qué era lo mejor del plato, respondió: «sí».
Y entramos en zona japonesa, siempre con breves toques peruanos o astures. Vienen recomendaciones. Una férrea, otra obligatoria y una relativa. La férrea es un roll de pez mantequilla marcado a soplete, con langostino, bañado en salsa chipotle y con una azotea construida de aguacate y crujiente de bonito para perder la cabeza. Por cierto, no le pongáis soja, como bien nos advirtió nuestro guía gastronómico Ayoub. La relativa es un gunkan con base de arroz y rodeado de alga, con un huevo trufado hecho a alta temperatura y crujiente de patata. La sensación revienta en la boca y entusiasma, pero rápidamente la trufa predomina demasiado. Como siempre, gustos personales, de ahí que sea una recomendación relativa. Ahora bien, la obligatoria me trae recuerdos orgásmicos, con perdón. Para mí, compitiendo con una creación celestial que os contaré a continuación, el plato de la noche. Sobre una base cilíndrica de arroz, con cebollino, con rocoto (un picante peruano de los Andes), con queso crujiente, con un astur queso azul, les presento al jugador estrella: un nigiri de hamburguesa de wagyu. Un bocado o dos, no es más, pero vuelas de Lima a Oviedo, de allí a los Andes, escala en Osaka y terminas en Ronda 14. Un mareo de placer.
Nuestro guía Ayoub, que ya nos había convencido con el truco de evitar la soja, nos rindió a sus pies con dos pisco sour, uno de lima, fresco y muy líquido; uno de maracuyá, denso y fuerte. A estas alturas, por lo tanto, le creíamos a ojos cerrados y paladar abierto. Acertó una vez más. Nos obsequió con unas gyozas de otro nivel e incluso nos aconsejó el orden. Primero las criollas, cuyo guiso de ternera dejaba un rastro de salsa reducida, en la que flotaban cebolla roja y cilantro. De nuevo Perú y Japón. La marca asturiana la ponían unas manitas de cerdo que recordaban al buen bar de barrio, al que te las pone de tapas y cuyo suelo está cubierto de servilletas. Por si fuera poco, unas gotas de chili y de ají amarillo construían esta maravilla. Y si pensabais que esto era el zénit, no conocéis ni a Ayoub ni Ronda 14. Dejaron lo mejor para el final. Las gyozas de anticucho explotaban en el cielo de la boca como fuegos artificiales gracias al potentísimo sabor de la carne, cuyo trozo más diminuto era capaz de llenarte las papilas. Junto a la carne, el ají amarillo, cilantro y la cebolla encurtida cumplían su labor de dejarme sin sinónimos para delicioso.
Por repetir para los no lectores que van directos al último párrafo: las obligaciones en Ronda 14 llevan por nombre nigiri de wagyu y gyozas de anticucho. Ya que estáis, por cierto, os cuento sobre los postres. Lo primero que llama la atención es la ausencia, no total, pero sí llamativa, de dulzura. Son, ante todo, poco empalagosos. Uno de ellos, un trampantojo que emulaba un coco y una hoja de menta, con una base de maracuyá líquida y una curiosa gelatina de ron, a la que, para ser honesto, le faltaba la Coca-cola. La palabra que lo define es refrescante. El otro tampoco pecaba de dulzura, una tarta de queso azul que, aviso, sabe a queso azul. La corteza se abre, el queso se derrama sobre el helado de frutos rojos y sobre el lecho de galleta desmenuzada y caramelo. Una bella imagen en los ojos para despedirnos de Ronda 14. Definitivamente con un “hasta luego”.
Datos de interés:
Dirección: General Oráa, 25
Teléfono: 91 411 17 30
Precio medio: 30 €
Horario: de martes a sábado de 13:00 a 16:00 h | 20:30-23:30 h | Domingo de 13:30 a 16:00 h | Lunes cerrado.
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