Buscar cobre, encontrar oro
Empiezo apostando. Si la Taberna de Mulinazzo estuviera en Gran Vía o en Las Ramblas, conseguir una mesa supondría un esfuerzo de meses. Y no le voy a bajar el tono épico, porque me hizo una ilusión personal e inmensa encontrar un escondite gastronómico de tal nivel en un barrio casi periférico como es Hortaleza que, encima, es el mío.
Cuando digo escondite no lo digo en balde. Hay que callejear con la astucia de un taxista para llegar a la Taberna de Mulinazzo, para llegar a su terraza discreta y agradable, a su salón acogedor de ambiente cálido y hogareño. No en vano se trata de un negocio familiar, cuyo nombre responde al italianizado apellido del cabeza de familia, Julián, un apasionado de la gastronomía, de esos de brillo en los ojos cuando se habla de cocina.
No es la primera vez que me deleito con el savoir faire de Taberna de Mulinazzo y me resulta curioso que ofrezcan una tapa, incluso cuando vas a comer. La anterior vez fue una reducida sartén de paella, cuya maestría llevó a un amigo a estar todo el fin de semana recordándola.
Esta vez eligieron un vasito de salmorejo con pipas de girasol y una vinagreta verde. Sublime la combinación y sublime la pastosa densidad del salmorejo. Encima, para mi felicidad, me tomé los dos, porque mi acompañante es menos andaluza que una vasca. Quizá es arriesgado poner una tapa de tanta calidad, porque el listón roza las nubes. No les importa. Saben que lo que viene después no desmerece.
Y lo que vino fue una ensalada de ventresca con tomate rosa, sobre una base de pimientos asados, con los que yo, sinceramente, no suelo simpatizar. Como me habían dado confianza con el salmorejo, me atreví con un buen tenedor con todo. No defraudó. El toque dulzón del pimiento, un ligero amargor aportado por la cebolla morada, la textura imperante de la ventresca y el dueño absoluto de la velada: el tomate rosa.
Ya me conocéis, que me enrollo como las persianas, le podría dedicar un artículo entero a ese tomate. Estaba presente en varios platos y me pareció de lo más lógico, si tienes a Messi en tu plantilla no le dejas en el banquillo. Preguntamos incluso dónde lo conseguía y, para colmo, era venta de cercanía, producto ecológico… además de su maravillosa carnosidad y su potente sabor, cuida el planeta.
Desde su altar recién creado, el tomate rosa rodeaba al protagonista del siguiente plato: un queso provolone puesto a la parrilla. Y es que el tomate se suponía acompañamiento, pero tenía la misma importancia que el plato argentino de raíces italianas. ¿Un argentino con pasaporte italiano? Qué redundancia. Aún así, he de decir que la costra del provolone crujía y conjugaba a la perfección con un interior más suave y desbordante. Recordaba a una pizza deconstruida.
En el siguiente manjar volvió Messi al campo (el tomate rosa, para el que no haya estado muy atento), mezclado con un tartar de salmón y guacamole sobre, y esto es más importante de lo que parece, un pan tostado que solventaba los problemas de equilibrio del tartar, amén de aportar una textura más sólida frente a la suavidad de los demás ingredientes. Llama la atención que, en Taberna de Mulinazzo, no escatiman en cantidades. Un tartar suele pecar por defecto más que por exceso y esta vez, al contrario, el sabor absoluto de un salmón omnipresente se diluía en pugna con los demás. El tomate, una vez más, actor principal.
Ahora sí, amigos, la verdadera y oculta razón por la que volvimos a Taberna de Mulinazzo. Una carne, larga como jornada laboral; un jamón, discreto y subrayador; un queso inexplicable, que cae como cae la noche, como cae el sol, como se cae en una mirada profunda. Si añadimos al conjunto un rebozado que abriga como abrazo de madre en invierno… ya sabéis de lo hablo, un cachopo como Asturias manda. Virgen de Covadonga, qué cachopo. No recuerdo uno mejor. Le preguntamos a Julián si no quería presentarlo a concurso, con eso os lo digo todo.
Por último, probamos una tarta de queso al horno. Buena estaba, no nos vamos a engañar. Pero, como bien saben mis dos o tres fieles lectores, me gusta poner algún “pero” al restaurante porque si no, no me creéis. La tarta incluía, para mi gusto, demasiado caramelo, lo cual minimizaba el sabor del queso. La verdad que, en Taberna de Mulinazzo, me tuve que emplear a fondo en la crítica para encontrar un mínimo detalle que distorsionara la perfecta melodía que supuso nuestra experiencia.
Me puso muy feliz encontrar una joya así en el barrio con el que me identifico, en el que crecí. Soy consciente, a pesar de este chovinismo tan concreto, de que nada se os ha perdido en Hortaleza o en Canillas, que son barrios obreros que colindan con la periferia madrileña y que nada tienen de particularmente bello o curioso. Sin embargo, hay sorpresas. Parques de tranquilo paseo, alturas donde disfrutar un atardecer o restaurantes que, si estuvieran en Gran Vía o Las Ramblas…
Datos de Interés:
Qué: Taberna de Mulinazzo, restaurante.
Dónde: Calle Chaparral, 38
Cómo llegar: Metro Mar de Cristal (L4, L8)
Horario: M, X, J y S 12h-16h/20h-24h | V 12h-16h/20h-24:30h | D 12h-16:30h
Precio: aprox. 25-35€ p.p.