María Juncal y el aire físico
No soy experto en flamenco, pero tengo casi treinta años de experiencia en esto de ser humano. Y les aseguro que el espectáculo que lidera María Juncal es humano, pasional, de una cercanía carnal, y habla al público de corazón a corazón. No soy andaluz, no soy gitano, pero hay algo en el baile que me devuelve a una raíz primigenia; algo en los quejíos que me transporta a la pureza; algo en el palmeo y el taconeo que me recuerda a una época tribal. Una memoria antigua que nos remite al título, La vida es romance.

Del cartel al último golpe de tacón: una maravilla.
Un escenario en negro. Suelo negro, fondo negro. Negra noche, en la que resalta una columna de seda blanca. Dentro, una figura. La de María Juncal. Pocas veces se ha utilizado tan precisamente la palabra “figura” para describir a una persona. Capaz de un control total del cuerpo, la artista se mueve dentro del círculo de seda y proyecta su silueta en torsiones imposibles. Arranca el baile. Laten las palmas.

María Juncal, una canaria muy flamenca.
La encargada del vestuario es otra María (Lafuente) y es otra artista. A destacar el vestido que cambia de color mediante los focos (¡de dorado a rosa!) y la obra de arte que luce Juncal en el último baile: una bata de cola donde parecía caber un rosal entero. El vestuario a juego de los cinco acompañantes, negro con manchas blancas, conjugaba perfectamente con el desgarro del flamenco, que no deja de salpicar al público. Además, lucen mucho en el espacio diáfano de un escenario que Juncal llena de gracia y oficio; un escenario oscuro, de luz elegida.

Manos a la cabeza me echaba yo por su arte.
El aire se vuelve físico alrededor de María Juncal. Parece que fuera agua. Con un dominio completo de su cuerpo y una capacidad física milimétrica, la bailaora acomete seguirillas, alegrías y una soleá magistral. Los cantaores (Juan Triviño, Juañares y Saúl Quirós) no son mera comparsa, sino que sus voces son el mar donde flota el cuerpo elástico de Juncal. El lenguaje roto, desgarrado, de palabras retorcidas, suena apabullante entre las filas del teatro. Los quejíos clavan los pechos a la butaca. Por si no hubiera suficiente magia en el ambiente, Pino Losada (en otras funciones será Óscar Lago) rasga la guitarra y le saca llanto y risa, temblor y cosquillas. Es como si tocara dentro de uno. Como si sus dedos acariciaran los nervios de cada uno de los presentes. Por último, es maravilloso el acompañamiento de Lucky Losada a la percusión, acompasado al taconeo de la dueña de los focos.

Olé.
Cualquier diría que el movimiento de pies de Juncal es más propio de un robot que de un humano. Sin embargo, os aseguro una cosa: el día que un robot tenga ese sentimiento en los ojos, no habrá ningún humano sentado en el teatro. A mí, un humano de casi treinta y nada experto en flamenco, el baile de María Juncal me hizo revivir recuerdos que no eran míos, regresar a patrias de las que no soy hijo. Entendí el flamenco como un baile que nace desde dentro, que va del interior del estómago hasta la punta de los dedos, que necesita de unas letras que se rompan y se reconstruyan, unas voces que no terminen. Que necesita un cuerpo más alegre que los demás cuerpos, porque tiene la seducción de una danza de cortejo, y al tiempo necesita de un cuerpo capaz de sufrir lo que ningún otro, porque lleva consigo toda la tristeza del caminante. Eso es solamente lo que sentí yo. ¿No te apetece tener tu propia experiencia?
Datos de interés:
Qué: obra «La vida es romance»
Cuándo: Viernes 20.00h; Sábados 18.00h/20.00h / Domingo 18.00h hasta el 4 de julio
Dónde: Teatro Alcázar
Precio: a partir de 18€, comprar aquí