Madrid, Madrid, Madrid
Sentarse de espaldas al lago del Retiro. Cruzar desde el Palacio Real por el viaducto hasta los bares de La Latina. Echar la noche por Malasaña y terminarla en la plaza Dos de Mayo. Beber agua del grifo. No comer en los restaurantes de la Plaza Mayor. Todas estas señas de identidad del madrileño caben en el restaurante GastroVía 61, en la planta baja del hotel Mayorazgo. Por supuesto, tan castizo lugar no podía tener otra ubicación: a medio paso de Gran Vía.
Una magnífica fuente de interior, altas banquetas aterciopeladas y, al fondo, un majestuoso comedor donde destaca el azul oscuro y el dorado, además de una madrileñedad latente. Aunque la palabra no exista, es necesaria. En las paredes hay cuadros antiguos, en blanco y negro, de emblemáticas panorámicas de la capital. Los camareros visten de chulapo, de los pies a la parpusa (la gorra) y la mascarilla negra les da un aspecto de superhéroes madrileños. Como todo está cuidado con detalle, las mesas no están numeradas: tienen nombre de calles y plazas madrileñas. Nosotros nos sentamos en la Plaza de Alcalá, desde donde había unas vistas preciosas del resto de la ciudad en miniatura.

Arte.
Y si es lugar es fantástico, la comida no le queda a la zaga. La carta está plagada de referencias al lenguaje castizo, casi olvidado, de un Madrid de otro tiempo. Por ejemplo, no hay aperitivos, sino ofertas para “abrir la mui”, un sinónimo de la expresión “abrir boca”. De ello se encargaron unas patatas de churrería, un pincho de boquerones ensartados junto a aceitunas de gordal y coronado por un tomate cherry y, después, unos pimientos verdes en tempura flanqueados por una presa ibérica cortada fina, al modo de un fiambre. Cumplieron su función perfectamente, despertaron el apetito y las expectativas.

Abrir la mui.
Mientras venían los entrantes, sonaba suave la música. Mi acompañante, muy madrileña y muy madridista, me llamó la atención sobre la letra de las canciones: Lady Madrid de Pereza; Pongamos que hablo de Madrid en versión de Los Porretas; Bailando por ahí de Juan Magan, que hace referencia a una chica por las calles de la capital; todo está milimetrado en GastroVía 61. Perdidos en la conversación, nos retamos a apostar qué canción sería la siguiente en sonar.
Entonces llegaron los entrantes y nos desviaron la atención. El plato de jamón ibérico y grisinis era como para arrodillarse y rezar. Qué fácil y qué delicioso. Mucho más elaborada llegó la milhojas con una base de patatas y boniatos, con foie caramelizado, setas shiitake y en cuya trono se sentaba un huevo de corral, que había reposado en una cueva junto a trufas para absorber su sabor. El toque final fue una ralladura de trufa que el maître hace en directo frente a la atónita y depredadora mirada de los comensales.

Más chulo que un ocho.
Por si esto no fuera poco, pedimos también un pulpo, cuyo nombre en carta indica que es “más chulo que un ocho”. Acertado nombre en referencia a las patas y al tranvía número 8 de Madrid, cuando existía, que iba lleno de chulapos hacia la verbena de San Isidro. Para que no se sintiera solo, el pulpo venía escoltado por unos torreznos cocinados a la manera de la zurrapa malagueña (el chef no es madrileño, el único detalle que se les escapa) y una tulipa de pimiento, todo ello sobre un tapete de papas revolconas.
Cabe destacar que el maître controla perfectamente los tiempos y los platos van llegando en fila y con los minutos exactos para reposar entre uno y otro. Tras los entrantes, vino el espectáculo: la limpieza en directo de una dorada salvaje, cuyos filetes se van colocando en un plato preparado con aceitunas negras, algas marinas y salsa de hinojos. La mano experta retira la espina central para una comodidad total del cliente. El plato queda impoluto, listo para disfrutar.

Cocina en vivo y en directo.
A estas alturas, una advertencia. Las cantidades son generosas. Habíamos pedido un rabo de ternera que tuvimos que cancelar porque nuestros estómagos son humanos y tienen fondo, aunque sean chulos y madrileños. Por cierto, que unos vecinos de mesa pidieron el steak tartar al que apellidan San Isidro y la pinta era dabuten, por respetar la jerga. Volviendo a nuestra mesa, nuestro final de fiesta lo puso una tarta de queso con helado de yogur, una teja casera y un crumble de colores. No tengo nada que decir de ella más que “vayan y pruébenla”.

Fin de fiesta.
Por último, un consejo. Si les gusta el vino y quieren regar todo lo nombrado con uno, háganme caso y recuerden este nombre: Tagonius. Suena un poco a Vinicius, pero aquel tiene más cuerpo y sí es cantera pura madrileña. De hecho, viñedos de Ribera del Duero han intentado el traspaso, pero la bodega Tagonius se ha mantenido fiel a su origen. Habrá vinos mejores, quizá, pero no más adecuados para una velada madrileña. Salimos de GastroVía 61, satisfechos, con el estómago chulapo. En Gran Vía miramos hacia las luces de Callao, hacia las obras (¿hay algo más madrileño?) de Plaza España y hacia el cielo inigualable de la capital. Fue una noche feliz.
Datos de Interés:
Qué: GastroVía 61 (restaurante en el hotel Mayorazgo)
Dónde: C/ de la Flor Baja, 3
Cómo llegar: <metro> Plaza de España (L3, L10)
Cuánto: aprox. 50€ persona